¿QUE DICE LA FE?
(El jueves pasado hablabamos de las supersticiones)
La fe, paradójicamente, nos dice que hemos de ser mucho más incrédulos que esos agnósticos. “No habrá para ti otros dioses delante de mí”, enseña la Sagrada Escritura. Hay que creer en Dios y sólo en Dios. Sólo el Señor es objeto de fe, de esperanza, de amor y de adoración.
Creer ‘’demasiado” (en demasiadas cosas) es tan ofensivo para Dios como abandonar la fe. Ser supersticioso “por si acaso” es tan tonto como no serlo “porque trae mala suerte”.
Al llegar a este punto, sólo me queda hacer un elenco de pecados, tan antiguos como el hombre, pero que vuelven con ímpetu renovado y empiezan a sonar a nuevo. No tendré más remedio que hablar de ellos, aunque sea un poco:
La idolatría. ¿Os acordáis la historia del becerro de oro? Hablaremos de otros becerros y de algunos borregos.
El espiritismo, ese extraño juego que inventaron hace un siglo las hermanas Fox, y que ha contribuido a fomentar la histeria entre la población civil.
El satanismo, con todas sus secuelas aun más peligrosas, porque el demonio existe, aunque no se dedique a meter miedo a los niños ni a hacer numeritos pirotécnicos con efectos especiales.
La magia (y, por supuesto, no me refiero a la de Tamariz).
la superstición en general: la epidemia de los amuletos; los gafes, etc.
Estoy seguro de que, para la mayoría de ustedes, todo esto os suena un poco a broma. Y me alegro. La fe contribuye muy eficazmente a conservar el equilibrio mental y a no perder el sentido común. Por el contrario, alejarse de Dios lleva con frecuencia a adoptar ritos, creencias, y manías (a lo mejor sólo son eso, manías), que en el mejor de los casos dan risa.
Por eso, hacer apostolado, recristianizar el ambiente es también ir atornillando cabezas a nuestro alrededor; y, aunque quizá no tenga mucha importancia, olvidarse del zodíaco y de sus signos, descolgar la herradura de la puerta y ponérsela en los borceguíes a algún que otro supersticioso, tirar la pata de conejo, y, en lugar de llevar al cuello un colmillo de gorila, ponerse una medalla escapulario, que es infinitamente más útil.
Y si te pasa como a Nacho, que una niña te dice eso de ‘’yo soy Escorpio, ¿y tú?” Le contestas: “Yo, Felipe “.
Dioses, becerros y borregos
Me lo contó hace años don Justo Luis que, además de sacerdote, es pintor, filósofo, escritor, poeta y muchas cosas más, y acababa de regresar de Roma con un grupo de estudiantes valencianos; estuvimos en el Campidoglio... comenzó desolado. Imagínate: la plaza más perfecta del mundo. Empecé a explicársela..., y ya llevaba hablando un buen rato cuando volví la cabeza un segundo para ver si mis palabras encontraban eco en los chavales. Estaba solo: los que me acompañaban se habían quedado atrás y rodeaban a una potente moto japonesa al pie de la escalinata...Justo parecía verdaderamente abatido. Y más cuando vio que yo me lo tomaba a broma. No sé de qué te ríes. Bajé indignado a buscarlos, y uno, al verme, me dijo “¡don Justo, fíjese qué moto más bestial!” No creo que Moisés se sintiera peor que yo cuando descendió del Sinaí con las Tablas de la Ley y se encontró a su pueblo adorando al becerro de oro. ¡Hombre, Justo, tampoco te pases...!
Me lo contó hace años don Justo Luis que, además de sacerdote, es pintor, filósofo, escritor, poeta y muchas cosas más, y acababa de regresar de Roma con un grupo de estudiantes valencianos; estuvimos en el Campidoglio... comenzó desolado. Imagínate: la plaza más perfecta del mundo. Empecé a explicársela..., y ya llevaba hablando un buen rato cuando volví la cabeza un segundo para ver si mis palabras encontraban eco en los chavales. Estaba solo: los que me acompañaban se habían quedado atrás y rodeaban a una potente moto japonesa al pie de la escalinata...Justo parecía verdaderamente abatido. Y más cuando vio que yo me lo tomaba a broma. No sé de qué te ríes. Bajé indignado a buscarlos, y uno, al verme, me dijo “¡don Justo, fíjese qué moto más bestial!” No creo que Moisés se sintiera peor que yo cuando descendió del Sinaí con las Tablas de la Ley y se encontró a su pueblo adorando al becerro de oro. ¡Hombre, Justo, tampoco te pases...!
Pero regresando al tema; ocurre, sin embargo, que el hombre necesita de Dios. Lo busca siempre, incluso sin saberlo, con todo su ser, porque hemos sido pensados para amar en serio, es decir, para entregarnos. "La monedica del alma, escribió Machado, se pierde si no se da. ¿Y quién sino Dios es digno de recibir esa moneda, entera y para siempre? Ese sometimiento pleno es lo que llamamos adoración. Y es, más que un deber, una exigencia de la naturaleza creada. De ahí que, cuando el hombre no encuentra o rechaza al Dios verdadero, único ser adorable, se busque un sucedáneo, un sustituto, un ídolo.
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