Hace unos días, mis ojos paseaban distraídos por los innumerables productos que se exponían en las estanterías de una farmacia, mientras esperaba a que el dependiente localizara mis medicinas. De repente, mi mirada se detuvo en unas pequeñas cajas de llamativos colores. Palabras como “defensa” y “control” aparecían junto a dibujos de un niño que asomaba bajo las gruesas líneas de un aspa roja. Las cajas contenían preservativos.
El mensaje entró de manera subliminal: “Controla tu reproducción”, que equivaldría a “defiéndete de” o “elimina” tu fertilidad.
Pocos días después, leí unas noticias que trajeron a mi memoria ese mensaje poderoso de las cajas de bolsillo.
Durante el pasado mes de noviembre, los pasajeros de autobús de las ciudades de Nueva York, Seattle y Chicago pudieron leer unos anuncios especialmente llamativos. Bajo la firma de la Asociación Americana de Infertilidad y la Asociación de Medicina Reproductiva, un dibujo de un biberón invertido con forma de reloj de arena, atraía la vista del viajero. Junto a él, una frase que invitaba a la reflexión: “Las mujeres de entre 20 y 30 años tienen más probabilidades de concebir”.
Puede parecer un mensaje obvio, pero hoy en día no se puede dar nada por supuesto. Vivimos en el mito del “eterno progreso”, por el que tendemos a confiar que los avances científicos y técnicos podrán resolver cualquier problema de nuestra vida. Continuamente leemos en los periódicos que mujeres en torno a los 40, después de una vida cosechando éxitos, se deciden por la maternidad. Y muestran sus rostros sonrientes junto al de rosados bebés. Annette Bening, Jane Seymour, Jodie Foster, Madonna... no son treintañeras, lo sabemos. Pero pocas admitirán haber recurrido a tratamientos de fertilidad, fecundación in vitro e incluso a madres de alquiler.
Parece que se nos ha vendido muy bien la idea de que vivimos en un “control” absoluto de nuestra “vida reproductiva”: que podemos defendernos de nuestra fertilidad durante años, para luego recurrir a ella en cualquier momento. Somos la generación del “lo quiero todo”, y a veces parecemos creer que ser madres es lo que viene después de todo lo demás. Por su parte, los especialistas que se preocupan por colgar tales anuncios en la calle, se muestran alarmados por este falso sentido de seguridad de sus pacientes, que se desploman al descubrir que la biología ha decepcionado sus expectativas, y deben enfrentarse al drama de la infertilidad.
Pero hay verdades inmutables: nacemos con un número limitado de óvulos, cuya calidad genética y viabilidad se reduce con la edad. Para la mayoría de mujeres, la fertilidad comienza su inexorable declive al inicio de los 30; tiene una gran caída a los 35, y se precipita a los 39. A partir de ahí, prácticamente desaparece.Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con airear esas verdades.
Las instituciones patrocinadoras de la campaña tardaron en encontrar una agencia de publicidad dispuesta a colaborar. Y las portavoces de ciertas organizaciones feministas, pusieron el grito en el cielo…”¡es absurdo!”. Pero, ¿calificaríamos de absurdo un diagnóstico médico? Y no admitir nuestras limitaciones biológicas, ¿qué sería? ¿Y llamar al aborto “salud reproductiva” cuando no es saludable para nadie, y menos, reproductivo? ¿Cuántos absurdos hemos incorporado a nuestra forma de pensar?
Sólo cuando se unen en nuestra mente todos estos mensajes, podemos darnos cuenta de que tan absurdo es identificar el embarazo con una enfermedad a controlar, como la ingenua creencia de que la maternidad es absolutamente controlable.
¿Es razonable que las mujeres nos pasemos media vida evitando el embarazo y unos pocos años sometiendo nuestro sistema reproductivo a artificiosos manejos para obtener el fruto largamente pospuesto?
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