«Agustín iba tranquilo por su carril cuando un BMW conducido por un extranjero borracho le adelantó por la derecha girando delante de él. Naturalmente que mi hijo se estampó contra su coche y al caer al suelo el vehículo le pasó sobre las piernas y el brazo. En la foto se puede ver. Los clientes de Castellana 8 lo querían linchar cuando metió la marcha atrás para huir. Yo no estaba ahí. Me lo han contando los testigos. Agustín es efectivamente un cadáver hoy, pero no porque se jugara alegremente la vida. Creo que hay que tratar con más respeto el dolor inmenso de unos padres, hermanos y amigos del mundo entero –repito, del mundo entero–. »
Infórmate con seriedad y responsabilidad de este "muchacho muerto en la Castellana". Me alegro de que me hayas dado la ocasión de expresar públicamente que no tengo que perdonar a las personas que me han arrebatado a mi hijo porque no tuve, gracias a Dios, ni un minuto de odio. A esta joya de hijo lo he considerado un regalo que me prestó Dios durante treinta y un años y que llegó el momento de devolvérselo.»
Todo un testimonio de una mujer con entrañas de misericordia y que con toda seguridad había enseñado a sus hijos a perdonar como ella lo hacía ahora.
El chico sabrá perdonar si nos ve perdonar. Y para educarle bien ha de aprender a perdonar, entre otras razones porque tendrá que perdonarnos muchas cosas. Será necesario promover en la familia toda una dinámica que haga del perdón algo natural. Tan natural que no sea necesario explicar a los hijos por qué se debe perdonar. La facilidad para perdonar es algo que se respira en una casa. Y la resistencia a hacerlo, más todavía.
Tu hijo lo nota, porque te observa continuamente. Repasa tu forma de actuar. Debes decidirte a perdonar, pero al tiempo debes decidir olvidar. Hay quien dice que perdona, pero no olvida. Quizá eso no sea perdonar. Depende de qué se entienda por no olvidar. Ha de desaparecer el resentimiento, sin esperar a que sea espontáneamente. No siempre sentiremos el instinto natural de perdonar. La ofensa es como una herida, y el perdón es el primer paso en el camino de su curación, que puede ser larga.
El perdón no es un atajo para alcanzar la felicidad, sino una larga senda que hay que recorrer. Si alguna tensión familiar, o profesional, o con los vecinos, nos preocupa y nos molesta, hemos de resolverla. Y si el chico es consciente de ella, tiene que ver que buscamos la reconciliación y evitamos el desafuero y los enfados. No es que no te debas desahogar, sino que debes ser prudente en esos momentos. Hay que saber perdonar y comprender, y también saber entenderse.
Muchas cosas se resuelven simplemente con hablarlas con calma y sobre todo –no es una simpleza decir esto– con deseo de que se arreglen. El problema otras veces no está en el enojo momentáneo, sino en el resentimiento y en la amargura que fraguan por dentro y que rehusan el perdón. A lo mejor un amigo te ofende, y desechas su amistad en vez de buscar remedio a ese suceso. O tu hijo te dice algo poco oportuno en un momento de enfado, y le retiras el saludo toda la semana, en vez de perdonar su inoportunidad, que a lo mejor no ha sido culpable. O tu marido no te ayuda en determinadas tareas de la casa, y en vez de decírselo –quizás lo hiciera de mil amores– andas furiosa de un lado para otro. Así no se puede pretender arreglar las cosas. Has de buscar una salida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario