sábado, 27 de septiembre de 2008

QUE TENGA CORAZÓN, Lección de una Madre




«Un día, al poco de llegar a Burgos, sería en octubre del treinta y seis, salíamos Alejandro y yo del hotel, camino del colegio, y contemplamos una escena que no se me olvidará nunca.”

La narración es de Vallejo-Nájera en su último libro, y podemos sacar de ella una enseñanza interesante.

«Caía una lluvia copiosa y fría, y dos niños, de unos doce y seis años, se refugiaban debajo de un paraguas. Iban de luto. Pantalones cortos negros, camisa, calcetines, jerseys y abrigos del mismo color. Estaban rodeados por otros cuatro chicos y uno de ellos, mayor, les insultaba en voz queda, pero con un odio que yo no había tenido ocasión de detectar antes. Los enlutados se estrechaban contra la pared y el más pequeño, asustado, lloraba. El mayor de los agresores les golpeaba y el del paraguas procuraba defenderse con él. El hermano pequeño se agarraba a su cinturón, gimiendo. Le desgarraron la tela del paraguas, le rompieron la mitad de las varillas y el chico que lo llevaba comenzó a emplearlo, como espada, embistiendo al matón al tiempo que le gritaba: "Hijo de ...". Yo nunca había oído esa expresión y contemplaba la escena sobrecogido. A su vez, mi hermano Alejandro se agarraba a mi mano y vi que le corrían las lágrimas. Por fin pudieron zafarse y el matón, cuando huían, les gritó: "Lo tenía bien merecido tu padre, por rojo y por ...". Luego supe que esos chicos enlutados eran hijos de un fusilado al principio de la guerra. »

Al regreso del colegio se lo conté a mi madre, una rubita insignificante y provinciana... en apariencia. "Deben de ser de los malos", le comenté como resumen. "Mira, Juan Antonio –me dijo– esos niños no tienen la culpa de nada, y no olvides que las tragedias son tragedias para todos, buenos y malos. Y cuando veas sufrir a alguien, sea quien sea, procura ayudarle". Mi madre, según me decía esto, tenía que contener las lágrimas. No he olvidado ni el llanto reprimido ni el consejo.»

Estas lecciones de madre recibidas desde muy joven no se olvidan. Son testimonios personales insustituibles con los que un padre o una madre transmiten esos sentimientos de persona de buen corazón.

El chico ha de sentirse afectado por el sufrimiento de los demás, desear ayudar a quien lo necesita, consolar al que está triste, acompañar al que ha sido despreciado, perdonar a ése que le ofendió, querer a todos.

Lo aprenderá con ejemplos en la propia vida de los padres, que son los que dejan huella profunda.
No es infrecuente encontrar, en un chico de esta edad, sentimientos sorprendentes de falta de buen corazón, que suelen tener su raíz en una inadecuada formación. Pueden advertirse en:

*la saña con que se pelea con su hermano;
*en la dureza con que habla de un profesor o un compañero;
*en su falta de compasión ante la desgracia ajena;
*en los deseos de venganza, o en el resentimiento ante ofensas reales o supuestas;
*en la indiferencia manifiesta ante el dolor de otros.


Debe afearse su conducta sin dejar pasar la ocasión cuando afloren estas actitudes o reacciones inconvenientes.


Será bueno también que tome contacto con el sufrimiento ajeno, con la debida prudencia y sin impactos excesivamente fuertes.


Es positivo que sepa que hay gente que no tiene lo que él sí tiene, gente que sufre por falta de atención, que vive en soledad, que apenas recibe cariño.


Los padres han de hacerle reflexionar sobre ello, pero sin caer en el extremo contrario de una saturación que le insensibilice y pase a considerarlo como algo normal ante lo que nada puede hacerse. Es muy positivo que vea la preocupación de sus padres ante la mendicidad o la pobreza, y que note su generosidad en detalles bien concretos: una limosna significativa en la iglesia o a una labor benéfica es toda una escuela de formación para el chico.


Será oportuno que los padres comenten con acierto –sin agobiarle– las desgracias de personas cercanas, para que sepa valorar lo que él tiene y preocuparse más de los demás. A veces convendrá sugerirle que se prive de algo propio –de parte de sus propios ahorros, por ejemplo– para remediar en algo la indigencia ajena. Como decíamos antes, por cada uno muy sensible al que no hay que agobiar, hay al menos tres insensibles a los que conviene despertar.


Así descubrirá –porque lo ve hecho vida en sus padres– la alegría de dar y de compartir, la felicidad que nace de una generosidad que no entiende de intereses, la satisfacción de prestar sus cosas sin llevar cuenta estrecha, y tantos otros valores que deben ir prendiendo en su carácter y en su modo de ver la vida.


A esta edad surge, a veces, un deseo de acaparar cosas, de guardar pequeños tesoros bajo llave, o un cierto celo en que nadie curiosee su armario. Puede ser positivo porque aprende así a cuidar sus cosas, y porque se desarrolla su intimidad; pero hay que estar atento para que no anide en él la estrechez o la roñosería. Los padres deben fomentar que preste sus juguetes, regale a otros algo que quizá ya no necesita, colabore con sus ahorros a un regalo familiar, etc.


Es preciso inculcar en el chico buenos sentimientos. Porque, si no, luego nos quejamos sin razón. "Extirpamos el órgano –vuelvo a citar a C.S.Lewis– y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos."


Habrá que ir puliendo –con razones que se dirijan a un tiempo al corazón y a la cabeza– la dureza de sus juicios, su tendencia a juzgar precipitada y apasionadamente, su radicalidad y su incipiente fanatismo, su carácter excesivamente impulsivo, y tantas otras cosas.

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