Extraido de http://www.pensarporlibre.blogspot.com/ (7 de octubre 2007)
Una niña encantadora, de cuatro o cinco años, se asoma a la pantalla de televisión envuelta en su toalla azul. La mamá, una rubia que, a juzgar por el maquillaje está a punto de salir hacia la Ópera, sonríe beatíficamente mientras se supone que plancha. De pronto, la niña mira a la cámara como pidiendo auxilio, y exclama:
-¡Mamá, raspa…!
-¡Mamá, raspa…!
El momento es duro. ¿Tolerará la rubia que su bien alimentada hijita siga padeciendo por culpa de una toalla lavada sin el suavizante adecuado? Desde luego que no. Una madre es una madre. Por eso, aconsejada por su vecina, que también es rubia y de características semejantes, compra en el Super el nuevo Downy, que, como todos saben, deja la ropa suave y acariciadora como el terciopelo.
Poco después, el mismo canal nos informa que, con la nueva faja matalagrass (magnética, electrónica, y probablemente digital) es posible eliminar la grasa de nuestro organismo sin esfuerzo, mientras dormimos. Y para demostrarlo aparece en pantalla una esbelta ciudadana en traje de baño, embutida en el ceñidor del anuncio.
Salgo de casa en el coche, y en mala hora pongo la radio. Una entusiasta locutora me asegura que puedo, por fin, aprender chino, sin esfuerzo por supuesto, y sin necesidad, por tanto, de quitarme la faja del anuncio anterior. A continuación, la misma habladora, con idéntica euforia, me informa de que han salido al mercado unos vídeos que me enseñarán, sin esfuerzo, a tocar guitarra, casi como Paco de Lucía. Claro que para ver tales vídeos, lo mejor es un Sony HD, con control remoto para que mis vértebras lumbares no se vean sometidas a fatigas innecesarias. Y, por si lo anterior me pareciera poco, se me ofrece la posibilidad de comprarlo todo por teléfono, sin moverme de mi casa.
De acuerdo, será el progreso; pero ¿no les aturde tanto sin esfuerzo, sin dolor, sin pasar hambre, sin moverse de casa, sin molestias..? Yo presiento que un día nos dirán: "señores espectadores, hemos logrado por fin evitarle hasta el más pequeño de los esfuerzos. Desde hoy, puede usted aprender alemán en un mes, sin salir de su ataúd."
No tengo nada contra los mil procedimientos que existen para simplificarnos la vida. Yo también prefiero que las toallas no raspen; y, ahora mismo, mientras escribo, imagino lo que habría sido capaz de conseguir Cervantes o Lope de Vega, si en lugar de una pluma de gallinácea y una tinta con grumos, hubiesen tenido a su disposición una computadora. Pero una cosa es que nos faciliten el trabajo, y otra muy distinta que nos condenen a la atrofia de la mente y del cuerpo.
La experiencia nos dice que lo que se aprende sin esfuerzo, en realidad no se aprende. De ahí que esas técnicas de enseñanza que fomentan la pasividad del alumno hayan fracasado estruendosamente. El esfuerzo forja la musculatura del cuerpo y la del alma: enseña a pensar, lubrica los complicados engranajes del cerebro para que se no se atasquen; entrena la memoria, que es una facultad muy importante, que sólo los tontos desprecian; crea hábitos, que facilitan la adquisición de nuevos conocimientos y ayuda a conservar los que ya se tienen. El mundo está lleno de niños prodigio que con los años se convirtieron en memos, porque nadie les enseñó a esforzarse. Y ésa, a la larga, es la única asignatura que cuenta.
Pero yo no quería hablar de estudio. Todo esto me lo ha sugerido una carta que acabo de recibir de una alumna de bachillerato a quien llamaremos Martita: "Estoy alucinada con lo de las monjas de Calcuta, y me parece que son superincreíbles. No sé qué hacer... ¿Cree usted que cuesta mucho trabajo ser monja? Claro que si te gusta, a lo mejor compensa y ya no te cuesta tanto. ¿O no?"
Pues no. A las monjas de Calcuta seguramente les cuesta mucho ser monjas. Y no les gusta su tarea en el sentido en que lo dice la chica de la carta. Ellas, sencillamente, quieren ser santas; aman a Dios y, por tanto, aman también a esas personas hasta el punto de entregarles su vida.
¿Con esfuerzo? Claro. Y con dolor, con lágrimas..., y con mucha alegría y mucha Gracia de Dios.
Los proyectos sencillos casi nunca valen la pena. No permitas que te digan: ¡ánimo, que es muy fácil! Para las cosas fáciles no es necesario que nos animen. ¡Ánimo, que es difícil! No existe un manual que enseñe a ser santos sin lucha.
Los proyectos sencillos casi nunca valen la pena. No permitas que te digan: ¡ánimo, que es muy fácil! Para las cosas fáciles no es necesario que nos animen. ¡Ánimo, que es difícil! No existe un manual que enseñe a ser santos sin lucha.
Pronto saldrá a la venta el libro: "APRENDIENDO A ESFORZARNOS…, (SIN ESFUERZO, POR SUPUESTO)".
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