El post de hoy es una meditación que encontré en almudi, me deja pensando en la importancia de ver más allá del tiempo, Dios no es un cuento ni una suposición, está esperandonos y el tiempo pasa volando.....
1º. Jesús, hoy me vuelves a hablar del Reino de los Cielos, de esa vida nueva –divina- que has venido a darme muriendo en la cruz.
El Reino de los Cielos es la vida de la gracia, la vida de hijos de Dios, la vida sobrenatural que puedo vivir ya en la tierra uniéndome a Ti a través de los sacramentos, de la oración y de las buenas obras.
El Reino de los Cielos es esa identificación contigo en la tierra -luchando por ser cada día más santo- y, sobre todo, es esa unión contigo en el cielo para siempre.
Sin embargo, no todo el mundo encuentra este Reino.
Algunos lo encuentran sin proponérselo: porque han nacido en una familia cristiana, porque han conocido a alguien que les ha hablado de Ti, etc. ...
Se parecen al que encuentra el tesoro en el campo por casualidad, sin buscarlo.
Al descubrirlo, «lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo».
Jesús, a veces no valoro suficientemente este tesoro, quizá porque lo encontré sin esfuerzo.
Y no lo guardo, de modo que los ladrones no me lo quiten; ni tampoco soy capaz de darlo todo dejando esas cosas que me atan a la tierra para poseerlo de verdad.
Otros encuentran el tesoro de la fe tras muchos años de búsqueda esforzada.
Se parecen al comerciante que iba en busca de «la perla de gran valor.»
Tal vez éstos son más conscientes de lo que han encontrado, y se deciden con más prontitud a vender todo cuanto tienen planes, ilusiones, familia, capacidades profesionales para conseguir el Reino de los Cielos y ayudar a que también otros lo encuentren.
Jesús, ... ¿todo?
¿Qué significa venderlo todo?
¿Es que me he de retirar al desierto, sin nada, para alcanzar el Reino de los Cielos, para ser santo?
No necesariamente.
Tú mismo rezas al Padre: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno»(Juan 17,15).
No quieres que me aparte del mundo, ni de las cosas del mundo.
Lo que quieres es que mi corazón no se llene de deseos mundanos, sino que te ponga en primer lugar en mi escala de valores: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con tuda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento» (Mateo 22,37-38).
Jesús, para amarte así, he de estar desprendido de todo lo que pueda interponerse entre Tú y yo.
«Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfeto». (C. I. C.-2545).
Una cosa es que me gusten los coches, por ejemplo, y que me compre uno porque lo necesito -incluso uno de buena calidad, de modo que circule con seguridad y confort-; pero otra cosa es no vivir más que para el coche, o comprarme uno porque es la última moda, o para mostrar mi nivel económico o social.
Jesús, esta misma pobreza exterior -que no significa ir sucios, sino tener sólo lo necesario- debe ir acompañada por una pobreza interior, de la mente: la humildad.
Parte de lo que he de dejar para poder seguirte es la soberbia, ese querer tener siempre la razón y la verdad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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