martes, 6 de mayo de 2008

HOMENAJE A MADRES EJEMPLARES I


SANTA MÓNICA, MADRE DE SAN AGUSTÍN
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SU FAMILIA
Mónica (que significa "dedicada a la oración y a la vida espiritual") nació en Tagaste, África del Norte, a unos 100 kms de la ciudad de Cartago, en el año 332.

Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y soledad, pero sus padres dispusieron que se casara con un hombre llamado Patricio. Este era un buen trabajador, pero terriblemente malgeniado, y además mujeriego, jugador y sin religión ni gusto por lo espiritual.

La hizo sufrir mucho, y por más de 30 años ella tuvo que aguantar los tremendos estallidos de ira de su marido, que gritaba ante el menor disgusto, aunque nunca llegó a levantarle la mano.

Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor, Agustín, la hizo sufrir por docenas de años.

LA CONVERSIÓN DE SU ESPOSO
En aquella región del norte de África, donde las personas eran sumamente agresivas, las demás esposas le preguntaban a Mónica porqué si su esposo era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, nunca la había golpeado, y, en cambio los esposos de ellas, las golpeaban sin compasión. Mónica les respondía: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando el grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues.... no peleamos". Esta fórmula se ha hecho célebre en el mundo y ha servido a millones de mujeres para mantener la paz en la casa.

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande con los pobres, nunca se oponía a que ella se dedicara a estas buenas obras, y quizá por eso mismo logró su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio pidiera el Bautismo, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica, que por meterse demasiado en el hogar de Mónica y su esposo, le había amargado la vida. Un año después de su bautismo, Patricio murió santamente, dejando a la viuda con el problema de Agustín, su hijo mayor.
Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que su hijo mayor era extraordinariamente inteligente, y por eso lo enviaron a la capital del estado, Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero Agustín tuvo la desgracia de que su padre no se interesaba por sus progresos espirituales. Solo les importaba que sacara buenas notas, que brillara en las fiestas sociales y que sobresaliera en los ejercicios físicos, pero acerca de la salvación de su alma, no se interesaba ni le ayudaba en nada. Esto fue fatal para él, pues fue de mal en peor, cayendo en errores y pecados.

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años, y empezaban a llegarle a Mónica noticias cada vez peores, de que el joven llevaba una vida poco santa. En una enfermedad, ante el temor de la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad, abandonó el propósito de hacerlo. Finalmente, se hizo socio de una secta llamada de los Maniqueos, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el diablo. Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni floja, al volver su hijo de vacaciones y empezar a oírle mil barbaridades contra la Verdadera Religión, lo echó sin mas de la casa y le cerró las puertas,porque bajo su techo no quería albergar a enemigos de Dios.

UNA VISIÓN
Pero sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía: "tu hijo volverá contigo" y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró al muchacho el sueño tenido y el dijo, lleno de orgullo, que eso significaba que ella se iba a volver maniqueista como él. Pero ella le respondió: "En el sueño no me dijeron, mamá irá a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo". Esta hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien más tarde la consideraba como una inspiración del cielo.

FALTABAN 9 AÑOS PARA LA CONVERSIÓN DE AGUSTÍN
Por muchos siglos ha sido comentada la bella respuesta que un obispo le dio a Mónica cuando ella le contó que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: "Esté tranquila, es imposible que pierda a su hijo entre tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que había oído en el sueño, la llenaban de consuelo y esperanza, a pesar de que Agustín no daba la menor señal de arrepentimiento.

Cuando tenía 29 años, el joven decidió ir a Roma a dar clases Ya era todo un doctor. Su madre se propuso irse con él para librarlo de todos los peligros morales. Pero Agustín le hizo una jugada tramposa (de la cual se arrepintió mucho más tarde). Al llegar junto al mar, le dijo a su madre que se fuera a rezar a un templo, mientras iba a visitar a un amigo, y lo que hizo fue subirse al barco y salir rumbo a Roma, sin ella. Pero Mónica no era mujer débil, para dejarse derrotar tan facilmente. Tomó otro barco, y se fue tras su hijo.

En Milán, Mónica se encontró con el Santo más famoso de la época, San Ambrosio, arzobispo de esa ciudad. En él encontró un verdadero padre lleno de bondad y de sabiduría que la fue guiando con prudentes consejos. Además, Agustín se quedó impresionado por su enorme sabiduría y la poderosa personalidad de San Ambrosio y empezó a escucharle con profundo cariño, a cambiar sus ideas y a entusiasmarse por la fe católica.

Y sucedió que en el año 387, Agustín, al leer unas frases de San Pablo, sintió una impresión extraordinaria y se propuso cambiar de vida. Envió lejos a la mujer con la cual vivía, dejó sus vicios y malas costumbres. Se hizo instruir en la religión y se bautizó en la fiesta de Pascua de Resurrección, ese mismo año.

Agustín, ya convertido, volvió con su madre y hermano a su tierra en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba en esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió, que estando allí, junto al mar, viendo el cielo estrellado, comentaba con su hijo las maravillas que les podían esperar. Y exclamó: "¿Y a mí, que más me puede amarrar a esta tierra? Ya he obtenido mi máximo deseo, que era verte convertido. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco después, le invadió una fiebre y en pocos días se agravó y murió. Lo único que pidió a sus hijos fue que no dejaran de rezar por el descanso de su Alma.

Santa Mónica murió a los 55 años, en el año 387.

Miles de madres y esposas se han encomendado en todos estos siglos a Santa Mónica para que les ayude a convertir a sus esposos e hijos, y han conseguido conversiones admirables.

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